Nunca se me ha dado bien empezar el poema

Por NAIARA VILA CANLE (4º ESO)

Nunca se me ha dado bien empezar el poema,

Escribir el primer destello, dar el primer brochazo

Porque ninguna palabra parece ser merecedora de ello


Y así puedo despedir el presente,

En duraciones indefinidas

Frente ideas desordenadas


Aún sin saber de dónde provienen

Las veo moverse como gusanos en tierra húmeda

Al ser descubiertos


Luchando contra el rechazo de una mente verde

Y a pesar de su verdura exige todo aquello que

Quizás aún no puede abarcar

Por lo que se sume en un conflicto cuya solución

Tal vez solo posee el tiempo


Y quizás se ahoga en un vaso de agua

Porque duda la dignidad de sus sentencias

Así que repara en el espacio blanco buscando aquello

Que se ausenta porque no goza de existencia


Y así puede despedir el presente

Y lo condena a meses

Meses de hibernar


Bailando en una idea

Pensando en el fruto que esta mente verde afirma proteger

Mientras divisa, en la lejanía engañosa,

a las arañas ya dibujando sus telas

Sobre el espacio blanco que pareció merecer el mejor comienzo


Y aunque la semilla lograse germinar

es probable que el tallo no soporte una tormenta

O tal vez las hojas carezcan de color

O tal vez en sus ojos una venda espesa se clave


Sin embargo, desciende por instantes

Y no reconoce la caricia del viento

Que congela sus dedos y adhiere sus pies al suelo

vuelve a dormir


Porque es la mariposa que se niega a abandonar el capullo

Aún si ha llegado el momento

Y jamás despliega sus alas

Porque desde su cápsula admira un lienzo impecable

Sus alas se entumecen


Y así se congela en el presente

Condenando al movimiento a letargo

Sabiendo que jamás encontrará la palabra digna de fundar un inicio

Dando por finalizado aquello que jamás comenzó


Pero ella no despertará porque la búsqueda se torna cansina

Y nada es suficiente, nunca es suficiente

En ninguna situación

así que me ahogo en un vaso de agua

porque nunca se me ha dado bien empezar el poema.

Este poema habla de cómo el perfeccionismo puede condicionar nuestras vidas y llegar a tornarse enfermizo, en un mundo cuyo significado ha sido versátil, inestable.

El perfeccionista se condena a la insatisfacción. El no movimiento es reconfortante para el que se siente abrumado en el ajetreo, pero no le permite avanzar.

No hay límites más robustos que los que establece el miedo, y en nuestra mano está destruirlos o agravarlos. Pero el que tiene miedo, el que analiza el detalle más ínfimo y se refugia en la perfección para brindarle orden a sus ideas desordenadas no da un paso.

Y el comienzo puede ser verdaderamente aterrador. Es el abandono de aquello que conocemos y es el empujón que nos arroja a un espacio nuevo, lleno de oportunidades.

Es el artista cuyos ojos han sido vendados y se ve obligado a dar pinceladas ciegas sobre un lienzo limpio, que no controla sus trazos y teme el error. Por eso, el detallista que tiene miedo a la ceguera, a decepcionar sus propias expectativas, se sabotea, no pinta ni avanza, no saca sus pinturas.